Censura

"Eva caminaba a trompicones por el andén, tropezando reiteradamente con su equipaje. Como tratando de huír de algún insecto molesto, paseaba a una velocidad de vértigo por la estación, mirando ocasionalmente a la techumbre de hierro y cristal e intercalando resoplidos de impaciencia entre los taconazos con los que hería el mármol. Hacía casi quince minutos que una meliflua voz de mujer había anunciado, vía megafonía, la próxima, aunque a tal hora ya dudosa, llegada del tren con destino a Salamanca. Se retrasaba, y eso la contrariaba sobremanera. Ya había tomado su decisión, sí, pero había más factores a tener en cuenta. Su marido, por ejemplo, quien no se podía permitir el prestarle apellido a una suicida, especialmente si no quería que sus brillantes logros en el campo de la psicología fuesen puestos en entredicho. ¿Qué clase de doctor cum laude –cuya tesis llevaba por título: “Origen y desarrollo de la conducta del suicida”- no se advertía de la floración de impulsos autodestructivos en la psique de su costilla?"